Replanteando exigencias

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Ayer recibí una llamada de mi amiga Amanda, quien por estas fechas y desde el lugar del mundo en el que se encuentre, siempre hace presencia para regalarme sus buenos deseos antes de comenzar el año nuevo.

Cuando nos conocimos, teníamos toda la vida por delante, éramos bellas y solteras… bueno, seguimos siendo todo esto, inclusive solteras, aunque entre las dos hay una diferencia. Yo me bajé de la nube de los cuentos de hadas hace bastantes años, mientras que ella sigue creyendo que es una cenicienta a quien el príncipe azul la está buscando desesperadamente por el mundo para rescatarla de sus casi cincuenta años de soltería ¡flaco favor le hizo su madre regalándole como primera lectura el cuento de La cenicienta!

En esta llamada, como en las recibidas por estas fechas año tras año, la conversación giró alrededor de su larga espera del soñado príncipe y como siempre, escuché que a la ya interminable lista de requisitos obligatorios de ese posible/imposible consorte, se suma algún requerimiento adicional, alejándola cada vez más de encontrarse en algún rincón del planeta con esa utopía hecha hombre. Al final de nuestra conversación y luego de escucharla con atenta curiosidad, le conté una historia que escuché por estos días en una radio local y que le dejé como moraleja.

El tema del día en la radio era «¿Cuál es su hombre ideal?». De todas las llamadas que salieron al aire, me congració la de una señora con marcado acento andaluz -a la que llamaré Paqui- y a quien por su voz presumo de más de 60 años.

Locutora: Buenos días, dígame, ¿qué requisitos debe cumplir su hombre ideal?

Paqui: Pues mire usted, para mí es muy importante que sea guapo

– Ajá

– Y debe tener su vida resuelta. Vida resuelta, vamos, que no tenga cargas económicas

– Ajá

– Ni económicas ni familiares

– Ajá

– Y que sea alegre

– Ajá

– Y que le guste bailar. Esto muy importante

– Ajá

– Que lea y que sea culto, porque si no, ¿de qué vamos a hablar?

– Ajá

– Que vista bien y que huela a limpio, que esto también es muy importante

– Ajá

– Y que se lave los dientes

– Ajá

– Que no ronque

– Ajá

– Y que le guste pasear

– Ajá

– ¡Ah! Y que vote a Podemos

– Como están las cosas hoy en día en cuestión de parejas ¿No cree usted que está   haciendo demasiadas exigencias?

– No. De eso nada, todo esto que le acabo de decir es muy importante

– La entiendo, pero noto por su voz que ya tiene usted alguna experiencia en la vida y para encontrar al hombre ideal tal vez debería bajar un poco las exigencias

– Vale, pues quite eso de que tenga la vida resuelta, que para eso yo tengo mi jubilación

– Ajá

– Quite lo de las cargas económicas, que eso tampoco importa

– Ajá

– Quite lo de las cargas familiares…vale, puede tener hijos y nietos, si quiere

– Ajá

– Y quite que sea alegre y que le guste bailar, que ya nos apañamos de alguna manera

– Ajá

– Quite también eso de que le guste leer y que sea culto, porque no se puede pedir todo

– Ajá ¿algo más?

– Quite eso de que vista bien y que huela a limpio, que si eso, yo lo obligo a bañarse todos los días y a que se lave los dientes

– Ajá

– Ya puestos, pues quite usted también eso de que no ronque y que le guste pasear

– Ajá. Entiendo ¿algo más?

– Y, bueno, no importa que no vote a Podemos, como si vota al PP, vamos, que me da igual todo, ¡yo lo que necesito es que me apriete contra la pared de vez en cuando y que me haga tilín porque estoy desesperada!

Moraleja: A cierta edad hay que comenzar a replantear las exigencias.

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