Vendrá

IMG_4902

Salió apresuradamente de la ducha y, mientras con una mano tiraba de la toalla que pendía del colgador, con la otra tomaba el pequeño reloj que descansaba en la encimera junto a una caja de medicamentos a medio abrir.

-¡Ups! ¡Ya voy tarde!

Rápidamente secó su cuerpo desnudo y tiró la toalla al suelo cerca de un cesto de madera en cuya tapa se leía escrito a mano «ropa sucia». De una escueta estantería abarrotada de frascos medio llenos, cajas de medicamentos rotas, restos de maquillaje, botes vacíos y pequeñas latas de conservas enmohecidas, rescató un manoseado frasco de plástico con crema hidratante que aplicó generosamente sobre su blanca y desamparada humanidad. Apartando la caja de medicamentos de la encimera, tomó nuevamente en su mano el pequeño reloj y, como si el tiempo apremiara, lo abrochó en su mano izquierda saliendo del baño estrepitosamente.

Al entrar en la habitación se paró para encender la lámpara que, junto a un enorme cenicero de latón oxidado -al que no le cabía una colilla más- y una taza de café reseco de varios días, se encontraba sobre una caja de madera. Se dirigió a la silla que en un rincón de la habitación le servía de perchero, fijando por un momento su mirada en un frasco de cristal marrón tirado en la cama en el que en una pegatina escrita a mano se podía leer «tomar tres veces al día».

Retiró su atención del frasquito y dándose prisa, se vistió con la ropa que la noche anterior, como todas las noches anteriores, había dejado preparada en el espaldar de la silla. Una larga falda negra de lana, jersey de algodón blanco, zapatos negros planos y un pañuelo amarillo que anudaba a su cuello, componían el atuendo de todos sus días, de lo que ahora era toda su vida.

Antes de salir de su pequeño apartamento buscó las llaves dentro de un gran bote de cristal que se encontraba en la vieja mesilla del recibidor. Revolviendo entre gomas de pelo, monedas fuera de circulación, algún que otro botón, pequeños trozos de fotografías, pedazos de recetas médicas y muchas pastillas sueltas, por fin dio con el clip con una etiqueta escrita en rojo en la que se leía «llaves» y, tirando de él, sacó aquellas cinco varitas mágicas enganchadas que como un ritual le permitían cerrar celosamente su refugio.

Como si llegase tarde a la cita más importante de su vida, corrió a lo largo de las dos calles hasta detenerse en la puerta del número 8 de la calle Paraíso. Tomó una bocanada de aire que le permitió reponer fuerza y sintiendo el corazón latir en su garganta, se alisó el jersey con las manos y, esbozando su mejor sonrisa, empujó la puerta diciendo:

-¡Hola, ya estoy aquí!

-¡Julia! ¿Qué tal estás? Respondió Fran, el camarero mientras reponía los pasteles que ya se agotaban en la barra.

-¿Ya ha llegado?

-No Julia, no ha llegado

-¿A qué hora vendrá?

– No lo sé

– ¿Te importa que espere?

– No Julia, no me importa. Siéntate y toma un café

– No, no quiero café. Dame una copa

– No Julia, no hay copas

-¿No hay?

– No

– Vale. Si no hay copa, tampoco quiero café

– Bien, como quieras

Sentada en la barra, sin quitar la mirada de la puerta y frotándose las manos incesantemente, a la vez que fumaba sin tregua un cigarrillo tras otro, tarareaba como autómata y con voz perdida las canciones de los  80’as que sonaban de fondo desde alguna esquina del bar, hasta cuando Fran la sacó de su embelesamiento melómano

-Ya es hora Julia, vete a casa que voy a cerrar

– ¿Tan pronto?

– Hoy es sábado y los sábados cierro a las 2:00 de la tarde. Anda, ve a casa que llevas seis horas esperando y debes ir a descansar, que es fin de semana

-¿Y si viene?

– No Julia, no vendrá

-¿Y si viene?

– Hace cuatro años que murió, Julia. Ve a casa, allí estarás mejor

– ¿No crees que vuelva, verdad?

– Los muertos no vuelven. Y él está muerto

– ¡Pero me dijo que lo esperara y eso hago!

Nadie sabe si llegará a su siguiente cita, como nadie sabe si vivirá el siguiente minuto. Él no sabía que no llegaría a cumplirte el último encuentro. No lo esperes más Julia, ve a casa y aprende a vivir con su ausencia

– Sí, tienes razón. Me voy

– ¡Bien, esta es mi chica!

Levantándose de la silla sin ganas dio los cinco pasos que la separaban de la puerta y allí, antes de poner un pie en la calle, giró la cabeza y sus ojos tristes se cruzaron con los de su amigo en una larga mirada, mezcla de ternura y dolor

– Gracias Fran, buen fin de semana. Nos vemos el lunes, seguro que el lunes sí viene.←

3 comentarios en “Vendrá

Deja un comentario