→El rechinar de la puerta giratoria indicando que alguien entraba, hizo que el funcionario parapetado tras la ventanilla de atención al público levantara la cabeza para observar a la chica que entraba en aquella desangelada oficina de objetos perdidos.
Una joven menuda, de apariencia frágil y acompañada por un perro guía, que al entrar se detuvo un momento en el recibidor acortando la cuerda que la unía a su lazarillo, avanzaba con paso seguro, como si caminara por un lugar ya transitado, en dirección a la ventanilla de atención al público.
-Aquí, Bruno -le dijo al perro mientras aflojaba la cuerda permitiendo que el animal se echara a su vera y tocara levemente con su pata uno de sus pies, como si la sujetase para no perderla
-Buenos días –saludó animadamente la chica- quiero registrar un objeto perdido
-Claro, dígame de qué se trata -respondió el hombre mientras observaba el rostro de facciones infantiles, casi perfectas de aquella joven
-Un pequeño bultito -dijo ella mientras llevaba su mano a la mochila que cargaba en bandolera- un momento… que por aquí debe estar… déjeme a ver que lo encuentre… es algo que perdió un sujeto con quien conversé durante algunas horas a la orilla del lago –comentó mientras hurgaba al interior del colorido bolso
-¡Ah!, ¿entonces es posible que usted sepa quién es el dueño? –preguntó el dependiente
-¡Claro que lo sé! -respondió la chica con gran seguridad
-Pues entonces no es un objeto perdido –aseguró el empleado intentando que la joven le ampliara la información que ayudara en su gestión
-¡Sí, claro que lo es, desde luego es un objeto perdido! –enfatizó con firmeza la joven
-¿He de entender que el hombre lo olvidó al despedirse de usted? –inquirió aquel mientras buscaba un bolígrafo para escribir
-La verdad, no se despidió. Marchó sin decir nada, simplemente advertí como se levantaba en silencio, sin hacer ruido y escuché sus pasos alejándose en putillas por el camino que lleva al corral de comedias. Ya sabe usted, hay gente que no tiene modales –contestó la muchacha
-Y, si conversó con el dueño, entiendo que pudo saber su nombre ¿es así?
-Bueno, dijo que se llamaba Bruno ¡pero vaya uno a saber!
-Perdone, creo que tal vez se esté equivocando –expresó el dependiente en tono de reproche- acabo de escuchar que ese es el nombre con el que usted ha llamado a su perro
-¡A que es curioso! –respondió la joven en tono un tanto burlesco- Ya ve como algunos hombres se apropian de los nombres de nuestros perros, y así andan, viviendo como ellos
-Pues permítame decirle que en este caso, es su perro el que tiene nombre de persona –acotó el empleado en clave jocosa
-Creo que se equivoca, éste es un hombre con nombre de perro –y poniendo especial énfasis en lo que hablaba, continuó-: es más, detrás de su olor a Caron’s Poivre, advertí que expelía un almizcle similar al de mi mascota después de correr bajo la lluvia. Usted me entiende, es decir, olía a perro… ¡un hombre con nombre de perro, que además huele a perro y vive como tal! Algo más común de lo que usted imagina
-Bueno, si así lo dice, así será –articuló el trabajador intentando no llevarle la contraria a la chica que parecía estar muy segura de lo que hablaba
-Bien. Dígame, por favor, Bruno, el hombre, ¿le dio algún dato que nos pueda ayudar a ubicarle para devolverle el objeto?
-Bueno, me dijo que era titiritero, o payaso, algo así y que vivía a las afueras de la ciudad, pero… ¡yo de usted no me fiaría de esos datos, eh!
-¿Me está mintiendo? -preguntó el dependiente con claro tono de alerta
-No, quien mintió fue aquel individuo. Aunque si buscan por los bares de moda y los restaurantes exclusivos de la ciudad, tal vez lo puedan hallar
-¿Por qué lo dice? –cuestionó el funcionario mientras se disponía a rellenar el talón de control
-Porque esa singular especie de hombre/perro hace parte del decorado en ese tipo de ambientes. Suele estar mimetizado generalmente en la barra y, casi siempre, se encuentra parapetado detrás de una copa de Citadelle Reserve con Q Tonic. Sale de noche, camuflando su pestilente olor a perro mojado con abundantes dosis de los mejores bálsamos, esconde su áspero pelo con ropa de firmas adquirida en las tiendas más rancias y carcas de la ciudad y, además, disimula muy bien sus agrietadas patas en finos borceguís de piel importada
-¡Vaya si conoce usted a esa especie! –dijo el hombre mientras levantaba sus pobladas cejas en señal de admiración
-Aunque no lo crea, ese tipo de caniche es más común de lo que se piensa. Mire usted, para detectarlos no es necesario ver, basta con un poco de intuición y olfato y ellos solos se revelarán ante usted, así –dijo aquella joven mujer mientras chasqueaba sus dedos- tan fácil que no se necesita detectores de perros, pues el simple instinto permite encontrarlos olisqueando rincones en su intento por pillar algún huesito con alguna hilacha de carne
-Ya veo que no ha necesitado una visión aguda para saber de qué habla –respondió el hombre mientras quitaba su vista del formulario para centrarla en la joven que con la seguridad de su discurso, logró acaparar totalmente su atención
-Tiene razón -señaló la chica- es más, le voy a contar algo: los hombres/perro se detectan, se adivinan, se advierten, se les siente venir con sus pasos de sabueso rengo, su apestoso aire cosmopolita y su ladrar de perro misterioso. Son previsibles, básicos, con discursos flojos, insustanciales y de falsos acordes. Mientras se creen los reyes de la selva queriendo marcar cuanto territorio pisan, en realidad jamás pasan de la etapa cachorro que se mea por las esquinas. Son famélicos, enclenques y enjutos síquicos y, aunque vayan de depredadores, en realidad no son más que tristes y pobres perritos callejeros que se alimentan más bien de desechos
-Bueno –dijo el hombre- sí que tiene usted clara la radiografía de tan curiosa especie, pero dígame ¿algo debe tener ese bulto, que a él no le importó abandonar en la calle y que en cambio usted se toma la molestia en venir a entregar?
-Aunque está claro que para él carece de importancia, quiero dejárselo en un lugar al que, si alguna vez lo echa de menos y se le ocurre recuperarlo, se le ocurra acudir a buscarlo –respondió la chica mientras deslizaba por debajo del cristal de la ventanilla aquel paquete que acababa de sacar de su bolso y que, por lo deteriorado de su envoltorio, evidenciaba un largo y constante manoseo- mire usted, aquí está –comento mientras bajaba la mano del mostrador para acariciar las orejas de Bruno, el perro
-Gracias –replicó el hombre extendiendo su mano para recibir el paquete- ¿sabe usted qué contiene? ¿tiene idea de qué es lo que dejó abandonado aquel hombre?
-Sí –respondió atenta la muchacha mientras en su rostro se dejaba ver una leve sonrisa- … su dignidad.←