→Entró en el tocador y repasando su silueta en el espejo, revisó que todo en el atuendo estuviese puesto correctamente. Un vestido rojo que marcaba su cintura, collar de perlas y unos finísimos y altos tacones negros formaban un conjunto de estudiado estilismo. Bien por delante, bien por detrás. Dos pasos más y topó frente a frente con sus grandes ojos verdes reflejados en el espejo. Como si alguien distinto a ella la observara, durante unos minutos sostuvo la mirada en el cristal y descubrió en ellos esa luz que durante los últimos años creyó perdida. Y sonrió.
Corrigió el carmín y echando un último vistazo para que todo siguiera puesto en su lugar, salió del tocador. Con paso firme, latidos del corazón acelerados y una amplia sonrisa que no podía disimular, recorrió el largo pasillo que conducía del tocador de señoras al abarrotado comedor principal del Oasis of the Seas, aquel enorme crucero en el que se había embarcado el día anterior.
Una vez en la puerta del salón, el camarero la saludó por su nombre y le señalo la mesa que había reservado junto a la chimenea.
-Ha llegado usted a tiempo, señorita Elissa, en breve comenzará el show más vistoso del barco- dijo el camarero mientras le entregaba la carta para seleccionar el menú.
Como si se tratase del mejor chiste escuchado en mucho tiempo, Elissa soltó una sonora carcajada y mientras sacaba de su bolso un cigarrillo electrónico, respondió:
-¡imposible, amigo mío, imposible!- y, acercándose un poco para leer en la chapa de la chaqueta el nombre del camarero, prosiguió en tono burlesco –Le aseguro, mi querido Jossep, que hay shows más vistosos que este-.
-No lo dudo, señorita, pero permítame decirle que éste es muy bueno- respondió el hombre con disimulada incomodidad.
-¡Los hay más buenos! ¡los hay! Se lo puedo asegurar- expresó Elissa mientras ojeaba la carta y, sin querer prolongar la conversación, rápidamente soltó:
-Tomaré Vichyssoise y ensalada de rúcula con cítricos. Para beber, tráigame una botella de Vega Sicilia.
-¿Una botella?-
– Sí, una botella. ¿Por? Acaso, ¿el magnífico show no la vale?
– Por supuesto, señorita, por supuesto que lo vale- respondió el camarero mientras recogía la carta y pensaba que ésta sería la típica pasajera pesada y caprichosa de cada viaje.
Apenas probó la comida, mientras que el vino pronto se agotó en la botella. A medida que el contenido escaseaba en el frasco, la euforia con la que Elissa entró al comedor se desvanecía hasta dibujar en su rostro un gesto absorto de mirada perdida en las llamas de la chimenea. Así, y sin desviar la vista del fuego ni para comprobar si el espectáculo en verdad era tan bueno como aseguraba Jossep, permaneció el tiempo en que la representación de «Sueños en el mar» ocupó el escenario.
Cuando en la sala ya solo quedaban unos cuantos comensales, el camarero se acercó y mientras retiraba los platos casi llenos de la mesa, preguntó:
-¿Todo bien, señorita Elissa? ¿Desea postre?-
Como si algo invisible enganchara su mirada a los troncos ardientes, la mujer respondió sin apartar sus ojos de aquellas pavesas
-No. No. No, gracias. Me retiro ya-
Luego de una breve pausa, aquel rostro lelo de ojos ausentes se dirigió a Jossep y, como si éste fuese una figura transparente, con palabras inexpresivas, comentó:
-Por favor, que me lleven otra botella de vino a mi camarote.
-Como usted ordene, señorita- respondió el hombre con notorio gesto de intriga.
Elissa se levantó de la silla completamente sumida en sus pensamientos y, sin detener la mirada en ninguna parte, como una aparición fantasmal, atravesó el salón mientras que Jossep seguía sus lentos pasos hasta verla perderse por el pasadizo que frente al comedor conducía a los ascensores.
El camarero ordenó al botones llevar el vino al camarote 859 oeste y se dispuso a ayudar a recoger las mesas del elegante comedor. Cuando ya casi terminaba su labor, escuchó cómo, desde la puerta, el botones lo llamaba de manera insistente haciendo aspavientos con sus manos.
-¿Qué pasa?- Le dijo mientras se acercaba a la puerta
-Por favor, señor, acompáñeme- respondió el joven de manera angustiosa y sin mediar más palabras, corrió hacia el elevador.
Cuando las puertas se abrieron en la octava planta, el muchacho, apretando el paso, guió a su jefe por el pasillo hasta el camarote de Elissa. Con el dedo índice empujó la puerta que se encontraba entreabierta y con su cabeza hizo un gesto para sugerir a su superior que accediera a la penumbra de la lujosa habitación. Jossep entró en silencio y de manera instintiva dirigió sus pasos lentamente hacia el baño, de donde salía la única luz que aclaraba la estancia.
Un paso dentro del lavabo le bastó al hombre para descubrir cómo la vida de Elissa se escurría en un hilo sangrante por el desagüe de la bañera. Como si una fuerza superior a él le clavase al suelo, la única reacción que la sorpresa de aquella escena le permitió, fue retirar su observancia de aquel espectáculo para clavar sus ojos de asombro en unas letras confusas dibujadas con carmín rojo en el espejo del tocador: «Si es por mí, el show ya ha terminado»←.