Flechas al sol

images (1)La encontraste en una de esas retorcidas esquinas con las que juega la vida en tu camino. La hallaste intentando descifrar con sus artes de gitana lo que la suerte escribía en su destino. Osado te acercaste a ella y la cubriste con tus brazos cuando el otoño anunciaba que ya venían las noches de frío y tan seguro estabas de tu corazón blindado, que metiste las manos en su fuego creyendo que no te quemarías, confiado en que podías jugar sin apostarte nada.

Y así te adentraste con tus pasos de gigante experto, en aquella maniobra idílica mientras yo me senté a observar la temeridad con que tentabas la ruleta sin atreverte a jugártela en serio, como lo hacen los hombres con agallas.

Y la mirabas…

Mientras caminaba hacia a ti cuando la citabas en el cine y cómo se bebía el mundo en un suspiro. La mirabas comprar flores en la esquina, regalarle risas al librero y alimentar su gato con manzanas. La escuchabas en silencio en su discurso sobre la inutilidad de las guerras, las mentiras de las armas químicas y la seriedad con que exponía sus dudas sobre la inclinación sexual de Bob Esponja. La contemplabas absorto cuando al ponerse sus collares, uno a uno, despacio, muy despacio, hacía suyas tus canciones y lloraba de risa viendo al Conde Patula con sus gafas de viejita.

Y observabas…

Cómo inauguraba los lugares con la puntita de su pie derecho y cómo doblaba las hojas de los libros de Kundera. Cuando contaba hasta cinco mientras ponía la pasta en su cepillo de dientes y hasta tres antes de salir de casa. La estudiabas curioso darle dos vueltas a la almohada antes de dormir y cómo retorcía tu pelo mientras le susurrabas al oído, bella. Y entonces te gustó mirarla cómo ponía un chorrito de anís en tu café de mocca, los besos que te daba al clarear el alba y la forma en que acariciaba tus mejillas mientras cocinabas tus recetas para ella.

Y te gustó…

La descuidada forma en que doblaba las camisas en su armario y que no le pidiera permiso al mundo para ser feliz. Te cautivaba verla parpadear mientras jugueteaba con tus dedos en sus manos porque imaginabas que el mundo se mecía en sus pestañas. Adoraste que tejiera un mantel para tu mesa, su contagiosa risa por bobadas y que cosiera el botón que le faltaba a tu camisa. Te gustaron sus incógnitas, cómo se enfrentaba a la vida y el olor a sandía en su pañuelo. Te sedujo sentir que te regalara amor sin esperar nada de vuelta, sus gemidos cuando pasabas tus dedos por su espalda, las enormes dosis de mimos que te daba y la forma en que cuidó y preparó tus alas porque sabía que un día volarías.

Y te encantaba…

IMG_2675Su chubasquero violeta, cuando correteaba por tu casa con sus calcetines de lunares y te invitaba a celebrar la vida. Te divertía cómo le cambiaba la letra a las canciones y la forma en que desentonaba cuando creía ser Madona. Te derretía que te dedicara fotos de la luna y que no conocía los reproches. Te encantaba que enredara sus piernas en las tuyas y que te tomara de la mano en el silencio de tu sueño. Te hacía feliz ver cómo volaba por las nubes y te contaba lo bonito de las estrellas fugaces en las noches de verano; la manera en que suavemente te encadenó al movimiento de su pelo y te morías cuando se abrazaba a tu cintura para decirte que adoraba tu sonrisa.

Y tú…

Sacabas angustias de la chistera para coleccionar motivos que te impulsaran a marcharte porque no creías que un amor apacible existiera. Y no escuchaste cuando su amor se explicaba por sí mismo y te hablaba con su risa dibujada en los rincones de las noches en que preferías estar solo.

Y te fuiste. Pese a que te dolían las alas para echar a volar y que te pesaban como el ancla de un buque carguero, te fuiste, porque no tuviste el valor que alimenta a los guerreros.

Y te fuiste a buscar con prisa endemoniada amores minúsculos, devaneos diminutos que perdías a los dados, y despertabas como un loco por la ironía canalla que traían los días sobrevivientes a las noches de oscura borrachera.

Y entonces…

Disparaste flechas al sol porque te dolían los amaneceres sin besar sus ojos y fue entonces cuando te partiste en dos, como un árbol que la lluvia descuaja. La melancolía se instaló a tu vera para hacerte entender que la valentía está en apostar al riesgo antes de destapar las cartas, porque la nitidez de las certezas es un invento de los hombres blandos para no dar nada.

Y vi cómo tus ojos parecían de cristal al recordar lo jodidamente feliz que fuiste con ella. Repasaste las tardes en que agarrados de la mano fueron dos y las auroras en que se amaron siendo uno; entonces lloraste en el fallido intento de perdonarte por haberle hecho el quite a la fortuna. Te desgarraste al comprender que la vida es cabrona, condenadamente cabrona, que hay regalos que solo hace una vez y que la hora del tuyo había caducado, pues ya era tarde para llenar de viento tus velas de regreso.

Y así te vi llegar a esta playa con tu mochila de retazos tristes y en el desesperado intento de secar sus recuerdos al sol. Viniste a morir de amor pero no sabías que de amor nadie se muere, porque hasta la parca está del lado del querer y el castillo azul de su venganza es que agonices lenta, muy lentamente recordando que una vez fuiste feliz y no te diste cuenta.images (2)

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